Pepe Habichuela recibió ayer, 23 de junio de 2021, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes por su aportación al arte flamenco durante sus más de 60 años de trayectoria artística. La condecoración tuvo lugar en el Palacio de El Pardo en un acto presidido por sus Majestades los Reyes, acompañados del Ministro de Cultura y Deporte.
En este día tan especial para Pepe Habichuela recordamos las palabras de Ernesto Pérez Zúñiga sobre su música y trayectoria.
PEPE HABICHUELA
EL BOSQUE EN LOS BRAZOS
Ernesto Pérez Zúñiga
La música de Pepe Habichuela es un bosque, un bosque sonoro sin el que no se puede entender el flamenco contemporáneo.
El flamenco de Pepe Habichuela es urbano, ha dialogado con múltiples ciudades y ritmos del mundo, pero hunde sus raíces en la naturaleza. La naturaleza es vida en expresión. Y eso es lo que uno escucha cuando Pepe Habichuela sube al escenario y toca por granaínas o por lo que él quiera. De sus manos, que pulsan las cuerdas, nacen partituras imposibles de pensar previamente. Son creaciones puras, flexibles, álamos vibrantes en las orillas del sonido.
La guitarra es un fragmento de árbol. Un árbol repartido y vuelto a reunir para darle forma de voz. La voz del aire en las ramas va a las cuerdas. El pájaro que lo visita va a los dedos. La guitarra es un árbol que se coge en brazos para hacerle cantar la música que el bosque guarda dentro sin saberlo. Hay muchos guitarristas que solo tocan flamenco. Pepe Habichuela, cuando toca flamenco, también hace cantar las raíces del bosque.
Las raíces. Ser niño. Sentir el ritmo del suelo. El baile en las fiestas. Qué tocan los mayores. Granada de los barrios altos. Qué vibra en las voces de las mujeres, en la garganta de los viejos. Todo es oído. El oído va pasando a los dedos. Un compás tras otro. Un palo tras otro. Las raíces. Ser adolescente y seguir escuchando. Qué hablan, qué tocan el abuelo, el padre. Con respeto. Ellos son la naturaleza antes que el que acaba de llegar, el que ya se siente adulto porque hay mucho trabajo por delante. Pronto se va a ganar la vida tocando. Pero antes y después está el duende. El duende es la llama de la música dentro del pecho. Una llama siempre encendida y que no tiene remedio. Esa llama es también una llamada: la vocación. Pepe Habichuela la tiene. Como su familia, como sus hermanos, como la tendrá su hijo Josemi.
Pepe Habichuela posee una lámpara maravillosa de madera. Dentro hay un duende. Cada vez que frota la guitarra el duende se aparece. Hay muchos guitarristas que por muy bien que toquen se pasan la vida sacudiendo el instrumento para ver si el duende asoma por la boca. La guitarra de Pepe Habichuela es la ciudad del duende.
De oído y con mucho trabajo. Así se ha convertido en uno de los músicos más importantes del mundo. Decía Platón que la música pulsa las cuerdas del alma. Pepe Habichuela pulsa el alma de la música, la que se ha enraizado en el flamenco pero se renueva en una creatividad sin ningún intermediario. El flamenco de Pepe Habichuela es raíz en libertad.
Trabajó en Granada. Trabajó en Madrid. Trabajó en Tokio, con el baile de Amparo. La música es trabajo. Lugares incontables. Tardes. Solanas. Carreteras. Aviones. Tablaos. Madrugadas. Escenarios. El arte es un día y otro encalleciendo los dedos de las manos, pero también de los pies. Y el duende en la madriguera de la guitarra. Hay que trabajar mucho para que salga.
Pepe Habichuela no está solo, ningún gran artista lo está, todo lo contrario, está abierto al mundo, del que aprende y al que se entrega. Y el mundo de Pepe Habichuela es Camarón, Sabicas, Morente. Enrique Morente es un maestro y un compañero. Pepe Habichuela le acompaña a lo largo de décadas y, a través de muchos discos, que van a suponer la renovación más luminosa del flamenco contemporáneo. Morente es el timonel; Pepe Habichuela, la vela. El viento hace la voz pero también nace de las cuerdas. La revolución flamenca no se puede entender sin los ritmos de Pepe Habichuela.
La revolución flamenca de Pepe Habichuela tiene un pie en el bosque del pasado y otro en el bosque del futuro. Su música reúne el tiempo del flamenco y atrae, como un imán, el flamenco venidero.
No solo el flamenco. El jazz, con Dave Holland, y con su hijo Josemi. O esa música que parece una lluvia antigua y futurista, que Pepe Habichuela toca con The Bollywood Strings. Todo lo que hace es trascendente. Se sube a un escenario. Cambia la luz. Hasta la temperatura cambia. No se ha puesto a tocar todavía, pero ya se agiganta su presencia. Un hombre cabal al que la música le entrega su mejor tesoro. Un hombre que va a sonreír al final de la función, desde los ojos a las manos. La música lo va rodeando mientras él se sienta. Se está concentrando. Inclina la cabeza sobre la guitarra, muy serio. La mano izquierda se ajusta a los trastes. La derecha se mueve sobre las cuerdas. Y el árbol canta. El duende asoma. La música enciende el bosque. El alma del mundo envuelve nuestro silencio con sus ondas.
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